22 enero 2009

El cazador

El cazador

Recuerdo con toda claridad el día en que abandoné la ciudad donde nací, la ciudad de mi raza. Ante mí se abría la inmensidad de la Antípoda Oscura, una vida de emociones y aventuras que me entusiasmaba. Pero sobre todo lo demás, había dejado Menzoberranzan convencido de que podría vivir mi vida de acuerdo con mis principios.

Tenía a Guenhwyvar a mi lado y las cimitarras enganchadas al cinturón. Era dueño de mi destino.

Pero aquel drow, el joven Drizzt Do'Urden que abandonó Menzoberranzan en aquella fecha señalada, apenas entrado en la cuarta década de vida, no comprendía la verdad del tiempo, de cómo su paso parece cada vez más lento cuando no se comparte con los demás. En mi entusiasmo juvenil, pensaba en los siglos de vida que tenía por delante.

¿Cómo puedes medir los siglos cuando una sola hora parece un día y un solo día parece un año?

Más allá de las ciudades de la Antípoda Oscura, hay comida para aquellos que saben cómo encontrarla y seguridad para aquellos que saben dónde ocultarse. Y, por encima de todo lo demás, más allá de las populosas ciudades de la Antípoda Oscura hay soledad.

A medida que me convertía en una criatura de los túneles desiertos, conseguir los medios para sobrevivir resultó más fácil pero se hizo más difícil en otros aspectos. Adquirí la habilidad y experiencia necesarias para defender mi vida. Era capaz de derrotar a casi todas las criaturas que penetraban en mi territorio, y de escapar o esconderme de los pocos monstruos a los que no podía vencer. De todos modos, no tardé mucho en descubrir al único enemigo invencible del que no me era posible escapar ni esconderme. Me seguía allí adonde iba y, cuanto más me alejaba, más cerca la tenía.

Mi enemigo era la soledad, el silencio eterno de los túneles en tinieblas.

Al recordar aquellos años, me sorprenden y asombran los muchos cambios que sufrí por efecto de la soledad. La propia identidad de un ser racional está definida por el lenguaje, la comunicación, entre aquel ser y los que lo rodean. Sin aquel vínculo, estaba perdido. Cuando dejé Menzoberranzan, había decidido vivir según mis principios: la fuerza surgiría de la lealtad inquebrantable a mis creencias. En cambio, a los pocos meses de soledad en la Antípoda Oscura, el único fin de mi vida era la supervivencia en sí misma. Me había convertido en una criatura instintiva, calculadora y astuta que no pensaba, que sólo utilizaba la mente para elegir la siguiente presa.

Creo que Guenhwyvar fue mi salvación. La misma compañera que me había salvado de una muerte segura entre las garras de una infinidad de monstruos también me rescató de la muerte por soledad, quizá mucho menos heroica pero no por ello menos mortal. Descubrí que vivía sólo para los momentos en que la pantera caminaba a mi lado, cuando tenía a otro ser vivo para escuchar mis palabras por mucho que me costara pronunciarlas. Además de sus muchos otros méritos, Guenhwyvar se convirtió en mi reloj, porque sabía que la pantera podía regresar del plano astral a días alternos y durante medio día.

Sólo después del final de aquella odisea comprendí lo terrible que había sido. Sin Guenhwyvar, no habría mantenido la decisión de seguir adelante, jamás habría conservado las fuerzas para sobrevivir.

Incluso cuando ella estaba a mi lado, dudaba cada vez más de mi posición ante el combate. En secreto había comenzado a desear que algún engendro de la Antípoda Oscura resultara ser más fuerte que yo. ¿Acaso el dolor de unos colmillos o de unas garras clavadas en la carne podía ser más fuerte que el suplicio de la soledad y el silencio?

Creo que no.

DRIZZT DO'URDEN
Extracto sacado de El Elfo Oscuro. El Exilio. Por R.A. Salvatore

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